¿Realmente el cariño que le pongamos a la preparación de la comida influye en nuestro cuerpo?
- Comunidad Rainbow
- 4 may 2020
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 17 ago 2020
No soy médico y tampoco tengo argumentos científicos para explicar la experiencia que he tenido en cuanto a la comida y cómo nos afecta física y psicológicamente. Durante gran parte de mi vida he sufrido de malestares estomacales que no lograba descifrar. Asumía, porque vivo en zona tropical, que eran infecciones intestinales, amebas o parásitos para cuya solución bastaba ir a la farmacia más cercana y comprar la dosis de antibióticos que cualquier Colombiano conoce. El problema sin embargo persistía y la compra de antibióticos y antiparasitarios continuaba en dosis anuales que se convirtieron en costumbre; así no sintiera nada los compraba como una prevención. Con el tiempo comencé a indagar más profundamente. Ya salían muchos artículos sobre los efectos nocivos de los antibióticos, la comida y la vida sana como forma de prevención. Un médico hindú me habló sobre el PH del estómago y la afinidad de parásitos intestinales por los medios ácidos. Comencé a tomar bicarbonato con jugo de limón y a cuidar el tipo de comida que consumía, creo que esto dio buenos resultados, sin embargo los malestares, la sensación de llenura y la indigestión continuaron ya no en forma permanente sino en patrones más difíciles de determinar. ¿Por qué a veces la misma comida en distintas circunstancias me afecta de forma diferente? Leí sobre la combinación de comidas y cómo ellas, al igual que las medicinas pueden producir efectos contraproducentes cuando se combinan erróneamente. Leí sobre la forma que tenemos de metabolizar los alimentos y cómo distintas culturas desarrollan distintas capacidades para digerir su alimento predominante; arroz en oriente, trigo en Europa, maíz en América, grasa en las regiones árticas, en fin… alguna vez le oí decir a mi padre, que era veterinario, que los animales desarrollan distintas capacidades para metabolizar su alimento, los tigres obtienen todos sus nutrientes de la carne mientras la vacas obtienen sus nutrientes del pasto. ¿Podría ser el pan, que tanto me gusta, que mi organismo no tolera? Pues no, dejé de comer pan en una época y es cierto que me mejoró la digestión pero el patrón errático de “indigestiones” continuó, había algo más que me causaba los malestares. Continúe como cualquier persona tratando de determinar por qué a veces las cosas no me caían bien, tal vez porque no me sentía bien cuando las consumía. La preocupación, el estrés o el mal genio pueden afectar la eficacia de nuestro organismo en metabolizar la comida, la sola preocupación nos puede dar dolor de estómago sin consumir nada, esto es un hecho que creo que todos hemos comprobado. Yo supuestamente soy una persona tranquila, llevo cuarenta años meditando y enseñando el budismo, así creería uno que debe ser pero no lo es. Medito precisamente porque no soy tranquilo y esto me ha ayudado a llevar un registro pormenorizado de mis estados de ánimo. Es absolutamente cierto que nuestro estado de ánimo afecta el funcionamiento de nuestro cuerpo, esto es algo ampliamente conocido y hoy día aceptado por la comunidad científica. Claro, gran parte de la forma como reaccionamos físicamente a estímulos externos depende de cómo nos afecten emocional o intelectualmente. Si nos sentimos mal hasta un vaso de agua nos puede caer mal. No solo las emociones sino también las creencias afectan la forma en que respondemos a distintos estímulos o comidas, de hecho cuando se investiga el efecto de una droga nueva en seres humanos se utilizan los llamados placebos para descartar el efecto que la expectativa pueda producir. Nada de esto es nuevo y todas las cosas anteriores son simplemente una confirmación de lo que ya conocemos, únicamente las menciono para resaltar la experiencia que quiero compartir con ustedes.
En un retiro de un mes en un monasterio budista me encontré con la práctica de recitar mantras mientras se elabora la comida. Tuve una afinidad natural con esta práctica, me gustaba pero no sabía por qué, tal vez pensaba que una bonita dedicatoria haría de una buena situación una mejor. Como instructor de meditación sé que el resultado de una meditación es directamente proporcional con las intenciones que uno tenga, de hecho no solo la meditación, la vida en sí es el resultado de nuestra intencionalidad. Esta es una afirmación budista, el karma, ampliamente conocida. Uno piensa que unas buenas intenciones producirán, milagrosamente, unos buenos resultados. Es decir lo creemos pero no lo entendemos, no entendemos cuál es el mecanismo que logra que unas buenas intenciones produzcan un efecto en el mundo físico, no hay ninguna prueba científica de esto, de cómo la mente o unas intenciones que son aún más sutiles que un pensamiento o una emoción puedan producir un efecto que se pueda medir en el mundo físico. ¿Es acaso esto un simple romanticismo, un idealismo humano que trata de darle sentido a una dramática realidad humana?
No puedo decir con certeza que los mantras que se recitaban durante la elaboración de la comida fueran los responsables de un mes libre de malestares estomacales pero fue algo que noté, algo curioso que me dejó con la inquietud y que me sirvió para identificar la siguiente experiencia. Con mi compañera, que estaba recién llegada de vivir en España, encontramos un restaurante en el pueblo donde vivíamos atendido por las dueñas, dos señoras de mediana edad, que se sentían felices de atender a la gente. A Vero, mi compañera, le encantaban las sopas que había echado de menos en España y siempre les decía a las señoras lo ricas que estaban. Ellas muy contentas siempre nos recibían muy bien e incluso nos daban “ñapa” al final del almuerzo. Para nosotros se volvió una costumbre, ir a tomar las sopitas de las señoras que nos caían tan bien. Los restaurantes de lujo, los menús sofisticados y las invitaciones especiales perdieron encanto al lado de las mágicas sopitas de estas señoras. Recordé entonces mi experiencia en el monasterio y cómo estas sopitas nunca me caían mal, incluso si me sentía mal ellas no me causaban malestares, al contrario sentíamos que nos ponían felices, nos caían bien. No le dimos mucha importancia al asunto hasta un buen día que nos dio por ir a celebrar un acontecimiento a un restaurante elegante, uno de esos donde los meseros son más sofisticados que los comensales. Bueno, tremenda indigestión a pesar de la comida gourmet. En principio pensé que podía ser el precio, con leer la carta ya le duele a uno el estómago y simplemente lo dejé tal cual hasta el siguiente episodio, una invitación familiar de nuevo a un restaurante de lujo. Recordando el episodio anterior pedí carne de res que nunca me hace daño, Vero mi señora también y de nuevo se nos indigestó. Esto ya era demasiado curioso, la comida era carne de res y del precio ni me enteré, el estado de ánimo era inmejorable, la compañía maravillosa, los pensamientos bonitos, ¿por qué entonces se nos indigestó la comida?
Comencé un análisis detallado de ocurrencias como éstas hasta llegar a la conclusión de que es un hecho. El cariño, el deseo de ver a los comensales felices es la fuente de la magia en la cocina. Para nosotros es un hecho de la vida, no tengo explicación pero así lo experimentamos, con Vero ya tenemos la costumbre cuando llegamos a un restaurante nuevo, no de mirar la carta, sino de buscar al dueño para verle la cara, si esta feliz miramos la carta, si esta de mal genio vamos a otro lado. Hoy pienso que el alcance de este hecho tiene grandes implicaciones en nuestra vida. Si esto sucede con la digestión de algo tan sólido y físico como la comida qué será lo que sucede con la digestión de algo tan sutil como nuestra energía vital. Es una lástima que haya tan poca investigación al respecto, a veces los científicos pareciera que le tienen miedo a la realidad, o a una realidad distinta a la que pueden concebir.
Sin embargo ya ve uno estudios esporádicos de este tipo de fenómenos, un científico japonés descubrió que nuestros pensamientos y actitudes tienen un efecto muy “curioso” en la forma en que las moléculas de agua se congelan. Los “buenos” pensamientos producen formas “agradables”. Sin entrar a discutir qué es bueno ni qué es agradable lo cierto es que el pensamiento afecta a los procesos físicos. ¿Por qué no se estudia esto más a fondo, acaso no es algo trascendental para la ciencia? Hoy se especula, en los costosos aceleradores de partículas, si la expectativa del científico tendrá algo que ver con el resultado del experimento. Nosotros podemos verificar estas cosas en casa, son el fundamento de la espiritualidad. Normalmente en la ciencia pensamos que los estados mentales son producto de algún movimiento en el cerebro pues es el cerebro el que produce la mente, en la espiritualidad pensamos que el cerebro es el mecanismo de expresión de la mente, el se desarrolla para expresar a la mente, sin el deseo de expresión no hay cerebro que se pueda desarrollar. Es la mente la que lleva la batuta, no la materia.
Escrito por: Eduardo Velazquez, instructor de meditación budista, escritor y filósofo.

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